Sobre las licencias del Concejo Deliberante




La función pública puede esperar y, en rigor de verdad, la reglamentación del concejo deliberante ampara dicha espera. “Me eligieron para representar a los vecinos en el concejo deliberante pero aguantame un cacho: voy a viajar, trabajar de otra cosa, de lo que me gusta, de lo que me conviene, me voy al mundial; si con la miseria que pagan en el concejo deliberante qué querés, no me alcanza; además, para beneficio de mi carrera política en este momento me conviene otra cosa; fui testimonial, no iba a asumir, soy secretario de una secretaría del municipio, importante, tengo el mismo apellido que el intendente, voy en la lista por eso; un carguito en la provincia, lo agarro. Un cargo en el  PAMI, lo agarro también, cómo no. Después vuelvo, o no, no se, si nosotros los concejales no tenemos jefe (si tienen), denme licencia. Votamelá la licencia, que a vos también te puede pasar esto de progresar”.

No pasa nada, no es tan grave que un concejal pida licencia por cualquier motivo y sea reemplazado por el candidato que lo sucede en esas largas listas que metemos en la urna. No pasa nada, digo, a los efectos prácticos de la dinámica del concejo deliberante. Si pasa -creo ser original en este planteo- algo con la moral de la función pública: lo que pasa es que se la bastardea.

Me imagino a un trabajador del sector privado pidiéndole licencia a su jefe para ir a hacer otra cosa, y que después, cuando termine de hacer esa otra cosa, vuelve lo más tranquilo. Me imagino la patada en el culo. La renuncia. Licencia piden los que no pueden trabajar, no los que eligen circunstancialmente realizar tareas más bonitas, más beneficiosa en términos personales. En el concejo deliberante esa lógica no se verifica.

No me molesta que los concejales se dediquen a otras tareas pecuniarias. Si me molesta cuando esas tareas interfieren su función, porque siento que nos faltan el respeto a todos.

El pueblo de Quilmes los eligió para que nos representen. Deberían tomárselo un poco más enserio. Debería ser un honor ser concejal.

A los que reivindicamos la función pública, la participación del estado en la vida de los pueblos, se nos revuelve el estomago cada vez que nuestros representantes se toman licencia; por plata, por cargos, por gusto, porque si.

Hay que regular estos caprichos.

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