No recuerdo el momento exacto en el que nos
enteramos de esa división. Si recuerdo que, antes o después de los picados, nos
parábamos en el medio de la calle limítrofe, un pie a cada lado de la brea
divisoria, y jugábamos a estar en dos lugares distintos al mismo tiempo.
"Ahora estoy en Ezpeleta, ahora estoy en Quilmes,
ahora estoy…"
- ¿Y si
vamos para Quilmes que hay sombra? – preguntaba alguno de los pibes, pichón de
humorista – ¡Dale! – respondíamos a coro, y cruzábamos la calle con impostura solemne,
para sentarnos al fresco a compartir una gaseosa del pico, que nadie nunca se
atrevió a limpiar, porque estaba mal visto.
Y nos reíamos de las fronteras.
1 comentario:
muy tierno, me encanto.
Silvia
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